Actoteatro y contacto.
“El teatro lleva en crisis desde los griegos y aún sobrevive”.
Andoni Olivares
OPINIÓN.- Continuamente me hago preguntas sobre la estética, repaso el éxito que visualmente algunos espectáculos han causado en mí; no obstante propongo en algún foro el tema y observo también el trabajo de talentosos y bien formados e informados compañeros de las tablas y siempre, debo decirlo como quien habla de Dios, quedo con serias dudas.
Simpatizo con la belleza, con lo atractivo de los movimientos, con los efectos de la buena luz, las atmósferas sensibles, y no con los fogonazos sorprendentes que solo adjudico al cabaret, al circo y a los conciertos de rock; digo entonces que admiro lo que me hace mirar, observar, conmover; amo en fin esos lugares recreados sobre el cuadrilátero de tela negra. Eso para mí, y lo digo a boca llena, es lo que justifica mí entrada al teatro, al recinto, al espectáculo; hoy en día plagado de trabajos malos, empobrecidos no en lo estético, que también, sino en el concepto.
Mi buen amigo Román Denis, director y dramaturgo, quien defiende a ultranza un teatro fundamentalmente de texto y bien austero o pobre en toda regla, se molesta cuando las compañías profesionales se muestran ante el publico con un diseño que ostenta desde el programa de mano una buena presentación,(amparada por fotos, currículo y críticas especializadas); tal situación con una posterior conversación, o casi debate, fue la que mantuvimos ante la puerta del Cine Teatro Auditórium de Guía Isora, aquí en Canarias y antes del estreno de “Huérfanos”, original de Lyle Kessler y protagonizada por Thomas Schumann, Jorge Armas Davara y José Manuel Segrado Fraile, bajo la dirección de Alberto Omar Walls.
Pues bien, Román arremetía con un desprecio feroz la labor de la producción y el empeño de prologar la entrada a la obra con un programa, lindo de verdad, lleno de información sobre el elenco y de criticas, presuntamente, digo de paso, aparecidas en los medios impresos; mas tarde y cuando ya el telón había subido le vi profundamente interesado en la obra, centrado en el tema, creo que hasta admirando el espacio, convertido en un decrépito departamento de algún suburbio norteamericano. No culminó de ver el espectáculo porque sus labores de padre se lo impidieron pero al día siguiente me comentó que aquello que admiraba prometía, habló de la profesionalidad de los actores, de lo bien que ‘masticaban’ el texto y dejó caer una que otra ‘pildorita’ en pro del tema que ahora me interesa comentar.
He dicho, sin tapujos, en alguna tertulia que a mí Peter Brook, a quien pude ver en el Teatro nacional de Caracas por allá por los noventa, no me gustó, no lo entendí, me aburrió, no reflexioné ni me emocioné con aquellos dos negritos africanos que saltaban de un lado a otro en un ‘espacio vacío’, y con una iluminación blanca, de trabajo. Más, sin embargo lloré con la versión de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, representada inolvidablemente por la agrupación Rajatabla dirigida por Carlos Jiménez, quien transformó el espacio en una inmensa casa de hojalata, que se caía a pedazos y desde donde, un coronel, flaco cual quijote, y su mujer, esperaban la carta que nunca habría de llegar. La iluminación ambientaba con bellos claros oscuros blancos, una impecable música _ recuerdo los grillos sonando durante toda la función _ un vestuario cuidadísimo, y, un sistema de tarimas de madera y tierra por donde se movían los actores empapados por ráfagas de agua, que nos recordaban las trombas de lluvia de nuestra latinoamérica fueron los instrumentos que me hipnotizaron y lo hicieron con el público que logró verles en cada uno de los mundiales escenarios donde se presentaron.
Tal situación me ha pasado en varias ocasiones_ con directores de importancia acoto_ con espectáculos o más bien ritos, que generan bostezos constantes e incomodidad en el ‘culo’ del que está sentado, poniendo a prueba su cortesía y paciencia. No justifica esto la huida del espectador de las salas, pregunto; no es esto lo que hace que sean las mismas caras las que se encuentren, algunas noches, en las desérticas convocatorias teatrales de nuestra provincia.
Hay quien achaca la culpa, sin querer reconocer la paja en su propio ojo, al espectador inculto, a la producción deficiente, a la carencia de espacios; más sin embargo, añado con rotundidad, que no solamente es el dinero el que genera espectáculos de éxito, de público, el gran faltante. El fracaso, en muchos casos digo, esta centrado en la estupidez retórica de aquel que cree que lo que hace como teatro, merece la pena de ser visto; peor aun oído, y si me apuran alabado.
Una afirmación seudo intelectual que genera que esta actividad cultural no sea minorista, dada la histórica apreciación, sino sectaria, egoísta y radical; con lo cual admitiría, imagino, incluso como premisa, mediocre y trasnochada, el hecho de que el teatro alberga solo a maricones y prostitutas. Conceptuar el teatro malo como experimental, sincero y/o austero es ponerse a disposición de la mentira, una doble máscara que instruye, en el nuevo talento un falso concepto de lo que han de entender como teatro.
Es importante no confundir lo estético con lo ético, ni determinar que en este escrito se desea valorar la escena edulcorante y operística, (con un gran respeto para la opera que no tiene culpa alguna). La estética es ética, desde una óptica sin parangón, del teatro bien resuelto desde la selección del tema, del texto, incluso del elenco; es moral desde la sorpresa más simple, es bella a partir de los elementos sinceros y sensibles _ muchos de ellos deambulando por las calles en forma de papel, ya sin valor en la razón pero si en la imaginación de la dirección atrevida y versátil_ es en si misma aplaudible desde la destreza para plasmar en el espacio,(paisaje mental importantísimo para el que actúa), geografías y arquitecturas inimaginables. Para amparar este dictamen recuerdo al actor cubano Joel Angelino, hoy en día cosechando éxitos en la televisión española, representando una versión de Fresa y chocolate, la película de Tomas Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabio, en nuestro destrozado Teatro Juares; pues bien Angelino con comodidad y tentáculos nos atrapó con este monólogo tan solo con su talento y un espacio lleno de periódico rotos, a tiras, una sombrilla y poco más, una iluminación que rasaba sobre las biznagas de papel y una silla; estos fueron sus elementos propuestos y el experimento se llenó de belleza; de aquel escenario nacieron calles, nieve, lluvia, dinero. Aquellos papeles recortados a mano fueron suficientes, no simplones, ni estéticamente estilizados y usados a modo de las tiras de papel de los actos culturales, tan de moda en estos tiempos; fue un arma fulminante para atacar nuestra, a veces, estítica capacidad de creación.
“Si la gente quiere ver sólo las cosas que pueden entender, no tendrían que ir al teatro: tendrían que ir al baño”, dijo el maravilloso Bertolt Brech apresurando un concepto sobre el vodevil imbécil y sin compromiso. Nuestro teatro está lleno de intención, de la buena, la poderosa intención de la palabra comprometida, de la imperiosa necesidad de contar cosas; más sin embargo carece de las imágenes y sugerencias coreográficas para plasmar esas historias; Brech, (Alemania 1898-1956), director de la palabra, amante del mensaje hablado en fin, aderezó sin embargo con impacto alguna de sus obras, plegó sus textos en las tablas con mucha creatividad, algunas escenas de sus obras más lacerantes, (vease ‘Madre coraje’ o ‘El circulo de tiza caucasiano), sorprendieron a la sociedad alemana no solo por lo directo de sus textos, sociales y políticos, sino por lo impresionante de las imágenes; ya tuvimos una muestra de ello los venezolanos en la sala Rios Reina, si la memoria no me abandona, del teatro Teresa Carreño con la puesta de ‘la ópera de tres centavos’, creación del propio Brech para el Berliner Ensemble.
Entiendo que estas reflexiones quizás puedan ir en contra de la premisa de alguna agrupación que se arrodilla ante la _detestable_ malla negra y la mascarilla blanca; o los guantes a la usanza de Marcel Marceau, que tampoco me gustó dicho sea de paso, pero que respeto y conservo como quien guarda una foto antigua o aquel resto reseco de cordón umbilical. Pueden quizás ser urticantes para aquellos que, sintiéndose adepto a los clásicos se hayan atrevido a mostrar espectáculos aderezándolos con satén y fieltro, pero honestamente es verdad.
Todos hemos sido victimas de nuestras incipientes puestas en escena, nos hemos colocado iluminadas coronas envueltas en frágil papel de aluminio y en más de una ocasión hemos reincidido, por pereza mental quizás, con lo cual se perdona el pecado o peor aun por una situación incuestionables de estética teatral, lo que inevitablemente ha de llevar a quien incurra en el error a ser el colectivo olvidado de algún salón parroquial.
En una sociedad que marcha a pasos agigantados, donde la decisión del primero en unos segundos ya no será la de los terceros, se hace necesaria una inminente reflexión sobre este tema, la estética teatral, que abandera una necesaria utilización de todos los recursos a nuestro alcance, la radio encendida, esa imagen grabada en un informativo, la voz en off mil veces oída, la puerta abierta, un desnudo al trasluz.El director vasco Andoni Olivares ha anunciado que a pesar de la crisis del teatro _en busca de la verdad definitiva_ siempre mantiene su vigencia; es una suerte para todos porque eso significa que aun nos dan los dioses la oportunidad para reconstruir nuestros emplastos, hagámoslo con ahínco, con férrea convicción y harta belleza porque, como dicen los vascos también: Non gogoa, han zangoa, o lo que es lo mismo, “Donde el corazón se inclina, el pie camina”, intentémoslo al menos.