Una historia cualquiera.-
El tiempo es demasiado lento para aquellos que esperan… demasiado rápido para aquellos que temen…. demasiado largo para aquellos que sufren…. demasiado corto para aquellos que celebran…pero para aquellos que aman, el tiempo es eterno.
(Henry Van Dyke)
1.-
Digo que esta historia es cierta, con un ella y un yo, calle arriba, arropados por el frío de Parque Central en el mayestático centro residencial caraqueño, sentados sin mirarnos y sin hablar, en un banco de mármol. Habíamos hecho el amor horas antes en una habitación alfombrada, llena de discos en francés, con la boca irritada de besos y atún natural al tomate ketchup.
Nos amábamos la actriz y yo. Siempre a ratos, nos veíamos para cenarnos, almorzarnos o algunas veces, desayunarnos el uno al otro.
2.-
Ya no recuerdo los discos, tan solo una melodía en francés. También por aquellos días estaba Goyeneche, pero Goyeneche no era francés.
3.-
Y pensar que todo aquello se debió a un mal de voz de una actriz primitiva y desvalida, un mal de voz que culminó en un beso con mordidas y lamentos de perro nocturno, una batalla que libré abriéndome paso entre la poca tela de su faldita hindú de muchos colores, en su sonrisa burlona, en sus versos de regalo copiados siempre de otro libro con letras en bloque. Batallas de amor que derrumbaron mi lecho, mis ojos y me dejaron siempre danzando con la muerte a orillas de una solitaria cama dúplex. A veces pienso que fue más feliz que yo.
Claudia, los cuerpos desnudos pensando maldades, con el agua al cuello.
Bajando con discreción la mirada, veíamos más y más abajo, intentando ahogar los ojos en aquel monte negro que yacía al fondo de la bañera. Nos buscábamos.
Nos tocábamos una vez más, nos abrazábamos, intentábamos
de nuevo visitarnos por dentro, nos reíamos, y salíamos. Nos amábamos en aquellos pisos rodeados por libros del marxismo leninismo, llenos de un polvo asqueroso que no dejaba percibir otros olores, y así una vez más lo hacíamos incansablemente.
4.-
Pero era el final. Ahora sí, le damos paso a Goyeneche que canta ‘pobre, solterona te has quedado sin ilusión sin fe…’
Ella vestida de rojo y blanco, me pide que salgamos, que su ensayo, su madre, que es tarde. Yo escucho a Goyeneche ‘En tu cuarto de soltera está el dolor triste realidad’, apago el tocadiscos, me visto y salgo.
5.-
El sol desciende, dos hojas de papel vegetal llenas de puntitos y líneas como un mal dibujo cinético salen de su cartera, este es un mapa del universo, dice, alguna noche de estas te enseño a leer las estrellas. El sol se apaga al frente, detrás salta una luna blanca mientras nosotros, tatuados en la plaza, fotografiados por ese plato blanco de porcelana, sin nada que decir ya, inventamos palabras para tener con ellas alguna razón para huir.
Sabes una cosa, ha dicho, cuando los amantes no están cerca pueden verse a través de las manchas lunares. Yo pienso en eso tratando de entender. Sí, la liebre lunar los une de cielo a cielo, dice enfática.
Mira, me toma del hombro y nos damos vuelta al sol que se oculta, ves aquellas manchas negras que se van uniendo hasta formar una liebre echada en la base de la luna; sí digo, bueno, dice ella mirándome a la cara, (nunca he podido sostener la mirada del otro tanto tiempo), esa liebre es la mensajera de los amantes que no pueden estar juntos, cada vez que él desee tenerla y ella a él se encontrarán con la luna y se amarán en un solo cielo y en cualquier parte del mundo. Entonces sin pretexto levanta su vuelo como una garza, me da un beso frío y vuela. Desaparece con su traje de saltimbanqui veneciano tras el humo que despide la chimenea de un sótano.
6.-
Ahora que ya no estamos cerca, que no lo estaremos al menos como antes, pienso en los textos teatrales que cubrieron tantas pausas en nuestras conversaciones, en las promesas bajo el mantel, en la ensalada César y la copa repleta de sangría, en el viaje a París que no cumplimos, en el aroma de su sexo, en sus braguitas color café, su desnudez echada sobre la moqueta verde, en el por siempre de aquellos amantes del Barroco y en la clase de voz que nunca fue.
Sobre las ceibas del Edificio Nacional, en otra ciudad otra construcción, y a kilómetros de distancia de esta historia, aparece una luna grande de febrero, blanca como un plato de porcelana y te recuerdo Claudia, hago, y ahora entiendo, una conexión a larga distancia contigo, una comunicación celular con la luna y hasta ti, pequeño cervatillo con piernas de juncos, melodía discordante en francés, bandoneón solitario.
Héctor Armas